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Archivos Mensuales: abril 2009

El Mercurio, Revista de Libros, 26 de abril de 2009

El fugitivo Constant

por Roberto Merino

En 1759, Samuel Johnson publicó en The Idler un artículo que podría entenderse como una defensa de la biografía por sobre la ficción. Le parecía que ese género de escritos tenían un beneficio directo sobre el lector, en la medida en que servían para corregir la propia vida. A Johnson le interesaban los textos «que no nos dicen cómo un hombre se hizo grande, sino cómo llegó a ser feliz; que no nos hablan de cómo perdió el favor de su príncipe, sino de como llegó a estar descontento consigo mismo».

Después de leer El cuaderno rojo, las memorias de juventud de Benjamin Constant, es difícil no pensar en las apreciaciones de Johnson, porque de algún modo anticipan el tono psicológico que el francés emplea para registrar por escrito sus tempranas, desbocadas y -a despecho de su nombre- inconstantes experiencias.

Sabemos que Constant alternaba períodos de estabilidad con otros de desplazamientos desesperados, que son los que predominan en El cuaderno rojo. ¿De qué huía, qué buscaba? La primera respuesta es fácil: huía de su padre, un militar preocupado por su educación, su reputación y su futuro. Qué buscaba es ya un tema más difícil de desentrañar. El mismo no lo sabía. Según Saint-Beuve, este hombre, «más distinguido que feliz y más interesante que prudente», buscaba «meterse en complicaciones demasiado reales, cuyos incidentes le reavivasen la existencia».

Es gracioso: en París, Constant visita «madames», a las que seduce burlándose con ingenio de la gente de su círculo. Finge enamorarse de una joven comprometida y lleva la actuación hasta el límite del suicidio. Ante la posibilidad de que su padre lo llevara de vuelta a Holanda, huye súbitamente a Calais para embarcarse a Dover. En Londres, a pesar de sus menguadas finanzas, su primera iniciativa es comprarse dos perros y un mono. Inmediatamente se pelea con el mono y lo devuelve a la tienda, donde le dan a cambio otro perro.

Como muchos franceses de laépoca, consideraba a Inglaterra el país de la libertad. Al menos estaba seguro de que en ese lugar no sería importunado por policías para quienes un sospechoso era un culpable y los inocentes, un objetivo. Pero más tarde, con el mismo ímpetu de la fuga, inicia el regreso para reencontrar a su padre. Pide plata prestada a cada uno de sus amigos escoceses, se endeuda con un cochero de posta, pide más plata a un posadero para saldar esta deuda, prosigue su ruta a caballo, luego vende el caballo y un reloj. Ya en el continente, adopta a una perrita que lo sigue en su viaje. Saliendo de Brujas, tiene un intercambio de insultos con un señor de provincia cuyos perros atacaron a la perrita y Constant no duda en retarlo a duelo.

Es casi inconciliable la imagen del diputado de la Restauración, defensor de las garantías constitucionales, redactor de espesos tratados políticos, con el joven afiebrado que pasaba de los amores clandestinos al garito y vivía de lo prestado. Saint-Beuve cree ver una continuidad entre el Constant joven y el adulto. Según él estaba dividido en dos mitades y la una parodiaba a la otra.

La Tercera, 18 de abril de 2009

William Gaddis: La belleza de la oscuridad

por Marcelo Soto

Si la literatura fuese una catedral, habría zonas llenas de luz, diáfanas y perfectas, pero también espacios oscuros, impenetrables y sombríos. Y tal como existen escritores de la claridad, los hay de la dificultad, de lo que no puede verse. Entre estos últimos, William Gaddis (1922-1998) fue uno de los que llegó más lejos.

Especie de Joyce o Beckett estadounidense y una de las figuras más enigmáticas del siglo XX, Gaddis fue tan raro, tan difícil de apreciar, que en algún momento se dudó de su existencia y llegó a decirse que su hombre era una máscara de Thomas Pynchon, novelista famoso –como Sallinger– por su renuencia a la publicidad.

En una de las escasas entrevistas a Paris Review en 1987, le preguntaron por qué diablos escribía como escribía. ¿No podía hacerlo de manera más simple? «Bueno, como he intentado dejar claro, si el trabajo no me resultara difícil lo cierto es que me moriría de aburrimiento». Genial.

Los libros de Gaddis pueden ser tan inaccesibles que dan miedo, pero su oscuridad se parece a la del carbón que esconde un diamante. Leerlo es zambullirse en aguas espesas que de pronto nos regalan momentos inesperados de la más brillante lucidez.

Autor de la monumental JR (1975), que ganó el National Book Award, Gaddis estudió en Harvard, de donde fue misteriosamente expulsado, trabajó como verificador de datos en el New Yorker y publicó una primera novela, de mil páginas, en 1955, The Recognitions, tras la cual pasó veinte años sin editar nada, empleado en la industria farmaceútica y en compañías como Kodak e IBM, sin mencionar su autoría de guiones propagandísticos para el ejército de EEUU.

Rompió el silencio con la mencionada JR, una profecía de la actual crisis financiera que George Steiner describió como una hazaña «imposible de leer». Escribió dos novelas, una de las cuales de nuevo se hizo del National Book Award, y se acrecentó su prestigio como autor de rascacielos de la oscuridad. Poco antes de morir, por un cáncer a la próstata, había concluido una novela en la que llevaba medio siglo trabajando y que ahora, por fin, se publica en español.

Agape se paga –cuyo título, era que no, se lee igual al revés- es una novela breve, que sin embargo pesa una tonelada. El protagonista y narrador es un enfermo terminal obsesionado con la pianola, un artilugio mecánico que permite imitar al intérprete y que para el autor fue la semilla de la muerte del arte.

«La pianola fue una epidemia, la plaga que se extendió por Estados unidos hace cien años, con el rollo de papel troquelado en el meollo de toda la cuestión, el frenesí de la invención y la mecanización y la democracia y cómo disfrutar del arte sin artista y además automoción, cibernética, ya se ve, bien se ve, más claro no puede estar de dónde ¡joder!», dice el narrador en un monólogo interior alucinado que al final del relato interpela al propio lector.

Gaddis empezó a concebir la novela en los años 40, cuando revisaba un texto sobre las pianolas. En 1950 publicó un reportaje en The Atlantic, donde escribe: «Vender pianolas a los estadounidenses en 1912 no era una tarea difícil. Había espacio para todos en este nuevo mundo, donde la pianola ofrecía una respuesta a uno de los deseos más persistentes de América: la oportunidad de participar en algo para lo cual se exigía poco entendimiento, el placer de crear sin esfuerzo ni largas horas de práctica, y la manifestación de talento donde no había ninguno».

Aparte de una diatriba contra la cultura del entretenimiento y la mecanización, Agape se paga intenta recuperar la armonía de los tiempos inmemoriales, aquel sentido de comunión que se desvanece. «Lo que se pierde, lo que desaparece, lo que se grita en las calles es esa juventud en que todo es posible, Dios del cielo, eso es lo que ha desaparecido para siempre», dispara el narrador.

La prosa de Gaddis puede ser atonal como la música de Schoenberg, pero al igual que en el caso del compositor austríaco, posee la cualidad perdurable de las piezas de verdadera belleza. Como dice Rodrigo Fresán en el prólogo: «Oiganlo sonar ahora, óiganlo seguir sonando. Hagan justicia en esta vida –no se pierde nada y se gana mucho con intentarlo– y escúchenlo».

El Mercurio, Revista de Libros, domingo 12 de abril de 2009

Ágape se paga
William Gaddis
Traducción de Miguel Martínez-Lage, Editorial Sexto Piso, Madrid, 2008, 116 páginas, $14.500

AUTOR
Cuenta Esopo que una zorra se burló de una leona porque daba a luz sólo un cachorro cada vez. Esta replicó: «Sólo uno, pero es un león». Por eso, el crítico Peter Prescott llamó a William Gaddis (1922-1998) «un león entre zorros», pues sus cuatro novelas, publicadas en 40 años – The Recognitions (1955), JR (1975), Carpenter’s Gothic (1985) y A Frolic of His Own (1994)- fueron una suerte de «monarcas» en la selva literaria.

ARGUMENTO
Su último libro, el más breve y publicado póstumamente, Ágape se paga, no desmerece en la compañía de sus otros libros. Gaddis tomó por décadas notas sobre el piano mecánico (de escribir su historia se ocupa un personaje de JR). Aquí, el narrador, en un hospital, moribundo, reflexiona sobre el tema de «la mecanización de las artes vista a través de una historia social y exhaustiva del piano mecánico en América».

JUICIO
Gaddis no sólo pensaba documentar un episodio en la historia de la mecanización, sino que, como otros textos suyos demuestran, el piano mecánico para él simbolizaba el cambio desde los valores artísticos a los de la entretención. El estilo debe mucho a la «corriente de la conciencia» (Joyce, Woolf) y también a Beckett y Bernhard. Y su prosa, en staccato, recuerda las síncopas de un piano mecánico.

Miguel Presle

En La Nación, lunes 6 de abril de 2009

Lúcido viejo cascarrabias devela fisuras de la tecnología

por Danielo Maestre

Comparado con Salinger y Bernhard, William Gaddis es desconocido en América Latina. “Ágape se paga”, novela póstuma y rabiosa, aterriza en el país como punta de lanza del desembarco de su obra. En ella el autor despotrica contra el Estado, destroza instituciones y duda de los artistas contemporáneos.

William Gaddis, neoyorquino nacido en 1922, es un escritor de culto. Comparado con Pynchon, Salinger o Bernhard, se le vio poco en público por su creencia de que «los escritores debían ser leídos y no vistos».

Por eso, siempre vivió oculto y rodeado de cierto halo de misterio. Incluso llegó a especularse que él y Thomas Pynchon eran la misma persona. Gaddis murió en 1998 luego de publicar cuatro libros.

El título que llega ahora a Chile editado por la editorial hispano-mexicana Sexto Piso, es «Ágape se paga», libro póstumo de 116 páginas en el que el escritor trabajó durante sus últimos años.

Su obra está compuesta además por las novelas «Los Reconocimientos», «Carpenther’s Gothic», «Su pasatiempo Favorito» (con el primero y este último ganó el National Book Award for Fiction), para finalizar con el libro de ensayos «The Rush for Second Place»; todos títulos que planea publicar Sexto Piso.

La lectura de Gaddis implica una imprevista riqueza y dificultad. Es un texto que te arrastra a ratos sin saber hacia dónde te conduce.

Un relato algo caótico que coquetea con el ensayo y que obliga al lector a un esfuerzo, a un trabajo mental al que nos tienen desacostumbrados en la literatura contemporánea.

Rodrigo Fresán, haciendo las veces de maestro de ceremonia, prologa el libro de este genio incomprendido: «En un mundo que amaba las certezas, los casos sumariamente cerrados, lo que resultaba más atractivo del método Gaddis era que se convertía continuamente en un maestro indiscutible y visionario a la hora de revelar fisuras, errores y abusos en los pretendidos sistemas de orden establecidos, ya fueran artísticos, legales, políticos o financieros».

Así, el propio Gaddis refrenda al autor de «Mantra»: «Todo lo que estaba llamado a decorar, embellecer y magnificar se convertía en un vehículo del fraude, el engaño y del dinero, el dinero, el dinero. Siempre el dinero, es el corazón de América».

ABUELO ARRIBA DEL BALÓN

«Ágape se paga» trata sobre un escritor viejo, que desde su lecho de muerte recorre los fragmentos literarios de un estudio algo árido sobre la progresión de la imposibilidad de la autenticidad de la «obra de arte» en el contexto del avance de la avasalladora tecnología.

El veterano en su delirio de hombre dopado cruza autores y fragmentos de Miguel Ángel, Tolstoi o el músico Glenn Gould.

Los remedios lo hacen alucinar y mezclar sueños donde el trabajo en el que ha estado imbuido por años se desintegra, llevándose las décadas de laburo en una suerte de simbología que atenta contra esa juventud arrogante que cree que todo es fácil.

El tópico de la mecanización de las artes, representado en la metáfora de la pianola como materialización de la panacea democrática en la que cualquier hombre puede ser un «artista» termina convertido en un agudo discurso contra la sociedad moderna, con su profunda sed de dinero y fama.

Su relato es ácido, no hace concesiones y diagnostica certeramente los efectos de la tecnología, no exclusivamente en el arte, sino en la vida cotidiana de cualquier hombre.

En el fracaso de Gibbs como el personaje del escritor moribundo que cruza coordenadas azarosas, radica el logro de Gaddis, que hoy alerta, quizás desde el infierno, sobre la música invisible, pero certera, de los sistemas alienantes e inhumanos que rodean al arte.

En La Tercera, sábado 4 de abril de 2009

Llega libro del niño maravilla del teatro americano

El buen canario, la segunda obra del estadounidense Zach Helm, fue estrenada en Francia por John Malkovich, quien la convirtió luego en un éxito de taquilla en México, de la mano del actor Diego Luna. El texto entra ahora a librerías locales.

por Graciela Marín

No bastaron las 11 semanas de funciones dobles, casi 100 noches de salas repletas y ovaciones con el público de pie. Tampoco que John Malkovich haya leído El buen canario, la segunda obra escrita por el estadounidense Zach Helm, y haya decidido montarla en 2007 en Francia y, luego, sin hablar ni una pizca de español, en México. El montaje recibió seis nominaciones a los Premios Molière y ganó un Globe de Cristal, y ahora, para completar el fenómeno, la editorial Sexto Piso publica su texto en formato original, con la traducción que se presentó en México.

Con sólo 22 años, Helm ya era conocido como escritor por el guión de Más extraño que la ficción, cinta dirigida por Marc Foster que relataba la historia de un hombre que escucha la narración de su propia vida. El escritor fue nominado a los premios de la academia de guionistas y la película, protagonizada por Will Ferrell y Dustin Hoffman, fue un éxito de crítica. Esa exposición fue vital para difundir su segundo trabajo dramático, una brutal historia protagonizada por Annie, una aproblemada adicta a las anfetaminas, y Jack, su novio escritor, que un día recibe la oferta de su vida: una fortuna a cambio de su nueva novela. El problema es que Annie es la autora real de sus textos y ella, afectada severamente por sus adicciones y trastornos mentales, no puede escribir.

El texto llegó a manos de Malkovich de una forma no tradicional: hacia 2007, Helm estaba de novio con la actriz Lucy Liu, quien le mostró la obra al actor. Su interés fue instantáneo y, aunque el texto estaba en inglés, decidió traducirlo y mostrarlo en París. «No hay ninguna razón particular», afirma Malkovich en al introducción al libro. «Simplemente sucedió de esa manera y no puedo decir que me haya arrepentido».

Tras el estreno en Francia, Malkovich quería montarlo en España, pero antes había conocido al actror mexicano Diego Luna y habían acordado hacer teatro juntos alguna vez. Fue la oportunidad perfecta. Ya con dos rotros taquilleros y de fama interancional, el éxito estuvo asegurado.

En The Clinic, jueves 2 de abril de 2009

Oda a los cigarros. Contra los no fumadores

por Richard Klein

«Los cigarros, aunque dañinos para la salud, son una grandiosa y bella herramienta de civilización y una de las más enorgullecedoras contribuciones de Estados Unidos al mundo».

Lee un adelanto del libro Contra los no fumadores en la última edición de The Clinic. Próximamente en http://www.theclinic.cl